Fray Juan de los Ángeles (s. XVI) tributó gran admiración a los místicos alemanes, y dice del gran beato Ruusbroec (s. XIV):
«Oye, no a mí, sino al divino contemplativo Rusbroquio, cuyas palabras fielmente sacadas son éstas:
«No tanto debemos atender a lo que hacemos cuanto a lo que de verdad somos; porque si fuésemos interiormente, en lo íntimo de nuestras almas buenos, también nuestras almas serían buenas, y si en lo íntimo fuésemos justos y rectos, justas y rectas serían ellas.
Muchos ponen la santidad en «hacer», más no aciertan porque (si así se puede decir) no consiste sino en el ser. Que por muy santas que parezcan nuestras obras, no santifican en cuanto obras, sino en cuanto nosotros somos santos y ellas salen de interior o centro santo, tanto tienen de santidad y no más»».