Contemplativos en la vida cotidiana

 

Hacer de nuestros hogares una celda monástica...

 

Fragmento…

Históricamente siempre se ha asociado la vida contemplativa a la vida monástica, es decir, se ha hecho de la contemplación una tarea propia de “especialistas”, una función “exclusiva” de los monjes y las monjas, de esos hombres y mujeres que viven en un monasterio, profesan unos votos y una regla, observan un horario muy definido y sus días transcurren en un clima de clausura, silencio, soledad y recogimiento.

Indudablemente, vivir bajo estas condiciones crea un ambiente muy propicio para la contemplación, pero ¿se puede ser contemplativo en medio del mundo, en nuestra vida cotidiana?

Quienes por muy distintas circunstancias no podemos vivir en un monasterio, ¿tenemos que renunciar a ser contemplativos?

Carlos de Foucauld —quien en alguno de sus escritos cita a San Romualdo y al Beato Pablo Giustiniani—, y los continuadores de su obra, especialmente, Rene Voillaume, la Hermanita Magdalena de Jesús y Carlo Carretto, fueron pioneros a la hora de plantear la idea de ser contemplativos en medio del mundo, de considerar que las grandes ciudades, los lugares de trabajo o cualquier situación concreta de nuestra vida diaria pueden ser el claustro en el que desarrollar nuestra vida contemplativa y nuestros hogares una celda monástica.

A ellos tenemos que agradecerles que con su ejemplo nos demostraran que no es imprescindible vivir en un monasterio para ser contemplativos, aunque estos son lugares privilegiados para hacerlo.

Ser contemplativos entre las ocupaciones familiares y profesionales, los ruidos, los agobios, las prisas, las multitudes, el bombardeo constante de imágenes y mensajes publicitarios, el individualismo, el hedonismo y el materialismo que caracterizan a nuestra sociedad, no es nada fácil, pero tampoco resulta imposible.

Cómo escribió el P. Voillaume, se puede ser contemplativo “en el corazón de las masas”, “en medio del mundo y compartiendo lacondición de la gente pobre”.

El Dios que experimentamos forma parte de la Historia, se nos revela y lo experimentamos en el interior de la Historia, encarnado en situaciones concretas y reales.

Las ocupaciones ordinarias, de trabajo, de vida familiar y social, con actividades humanas, oscuras, sencillas, comunes a todos los hombres y mujeres, que llenan las veinticuatro horas del día, son válidas para vivirlas como Jesús nos enseñó, tomando al pie de la letra el Evangelio, pues “en Él vivimos, nos movemos y existimos”(Hb 17, 28).

Por eso para nosotros, la contemplación —don gratuito del Espíritu— equivale a descodificar la realidad en clave cristiana, viviendo muy atentos a la escucha de la Palabra, con fe y confianza, para ver siempre en ella la presencia de Dios.

La oración es una forma indispensable y privilegiada de la contemplación, un momento muy intenso de la vida de fe. En la oración “adoro, confieso, doy gracias,invoco, espero y deseo” (Beato Pablo Giustiniani).

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