Ese llamado profundo

En Ti, y sólo en Ti, vivimos, nos movemos y existimos…

Fragmentos:

Un momento importante de la vida espiritual acontece, cuando se asume que nada exterior puede darnos la felicidad o la paz que buscamos, sino solo Dios. Y precisamente ese Dios que buscamos viene a mostrarse dentro.

La respuesta a los temores, el origen de la alegría sin necesidad de un objeto determinado, el fundamento de las acciones futuras… todo se encuentra ahora en el propio corazón, en el interior más íntimo de lo que somos.

Antes de que esto ocurra, hay un ir y venir incesante en pos de esto o de aquello; un ansia a veces por algo indefinible, un no saber porque se ha enraizado el desasosiego. Esto genera sufrimiento y suele ser posteriormente la fuente de nuestra ira, de nuestra falta de caridad, tendemos a tornarnos hoscos, demasiado serios o críticos en exceso.

Mucha gente cuando escucha hablar de que «el Reino de Dios está dentro de nosotros o junto a nosotros» (Lucas 17, 21) o de que en la respuesta a los acontecimientos ha de priorizarse «lo interior», tiende a desechar sin mayor análisis lo que allí se dice.

Se imagina que lo aconsejado es permanecer en cierta quietud meditativa o en una pasividad ante la vida que se les antoja insoportable. Nada de eso.

Nos referimos a una paz interior que sin embargo permite la actividad, dentro del campo de la propia vocación, con fluidez y eficacia. ¿Cómo es esto posible?

Sin duda requiere de una fe firme, basada en experiencia personal de la acción de Dios en la propia vida. Lo anterior deriva en un sentimiento de presencia, de un estarse junto a Él, que es lo que brinda convicción, fuerza en la acción y tranquilidad en el alma.

Es importante atender a esto de -la propia vocación- porque de otro modo, ejerciendo alguna actividad a la que no hemos sido llamados, se dificulta en extremo el situarse en ese sitio interior que es pacífico y donde se encuentra la claridad.

Es que hemos sido creados, cada uno, de cierta manera y no de otra. Y este modo en que hemos sido formados tiene su impronta, su tendencia, su correcta forma de desenvolverse.

La vocación, ese llamado profundo e intransferible, puede ser escuchado más tarde o más temprano, pero estaba ya con nosotros desde nuestro mismo origen. (Jer 1,5)

Y es respondiendo a esa llamada de Dios como se hace posible el bienestar interior y el ordenamiento para bien de la vida exterior. En cierto sentido ese llamado hace a lo más íntimo del ser, nos constituye. Nos hacemos plenamente hijos cuando escuchando la voz de nuestro Padre, le seguimos.

En una ocasión me presentaba yo a un examen y estaba en un bar repasando lo más dificultoso. Se me acerca un hombre muy amable, al que vi surgir detrás de otra mesa. Era un lustrador de zapatos. Tenía sus enseres muy pulcros en las manos y un delantal sobre el cual hacía su trabajo. Me ofrece lustre, le dije que sí, impulsado más por su actitud que por necesidad de brillo.

Conversamos muy amablemente, hizo su tarea a la perfección y con evidente gusto. Al retirarse, me dijo: «yo soy el lustrador de aquí, le doy mi tarjeta por cualquier cosa que necesite» y así nos despedimos.

Lo miré alejarse contento consigo, en paz con todo, me dije: Un hombre que hace lo suyo en su trabajo y que seguramente responde de igual modo con su familia y en las otras áreas de su vida. Alguien que ha encontrado «su molde». Me ha servido su recuerdo varias veces, cuando tenía que decidir como encaminar mi vida.

Porque la vocación es aquello que nos ha sido preparado, aquel camino de ser y hacer que nos acerca a Dios. Es preciso encontrar ese camino y seguirlo sin vacilación. Allí alumbra el sentido, el significado de los hechos sucedidos, la claridad para lo por venir.

Un factor muy importante para encontrar la paz del corazón es el seguimiento de la propia vocación. Otro aspecto decisivo, es darnos cuenta de  que la voz de Dios se ha ido manifestando en nuestras vidas, permanentemente, mediante los sucesos que no hemos deseado.  

El Señor nos estuvo hablando a través de los fracasos y de las expectativas no cumplidas.

Porque cuando uno no sigue su propio llamado, fracasa de continuo…

Continúa…

Texto propio del blog

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