Una mirada pura

«La contemplación de Dios puede entenderse de muchas maneras. No sólo conocemos a Dios por la admiración de su esencia incomprensible—felicidad escondida que tenemos esperanza de alcanzar en la otra vida—, sino también por las grandezas de sus creaturas, por la consideración de su justicia, por su providencia, que aparece diariamente en el gobierno del mundo.

Asimismo, cuando con atención y pureza de alma vamos recorriendo la conducta observada por Dios sobre sus santos de generación en generación y cuando admiramos con un corazón temeroso el poder con que gobierna, modera y rige todas las cosas, su ciencia sin límites y esa mirada suya a que no puede sustraerse el secreto del corazón humano. Cuando pensamos que ha contado las arenas del mar y el número de sus olas, y al considerar que cada gotita de lluvia, cada uno de los días y de las horas de que se forman los siglos, todo lo que fue y lo que será está presente en su conocimiento.

Cuando, llenos de estupor, reflexionamos sobre la inefable clemencia que le hace soportar los crímenes sin número cometidos a cada instante ante sus ojos, sin que su longanimidad se agote jamás. Cuando recapacitamos en la vocación, que nos ha dado gratuitamente con anterioridad a todo mérito de nuestra parte y por un efecto de su infinita misericordia. Cuando reparamos en las ocasiones de salud que nos ha proporcionado para realizar en nosotros su plan de filiación divina, pues él ha querido que naciéramos en momentos y circunstancias en que fuera posible que alguien, ya desde la cuna, nos diera noticia de su
gracia y de su ley.

No sólo eso, sino que, después de haber triunfado él mismo en nosotros del adversario, únicamente, a trueque del asentimiento de nuestra voluntad, nos recompensa con una felicidad y premio eternos. Cuando, en fin, le vemos emprender por nuestra salud la gran obra de su encarnación y hacer extensivos por igual a todos los pueblos los beneficios de sus admirables misterios. Otras maneras hay, casi innumerables, de contemplar las cosas divinas. Nacen en nuestra mente según la perfección de nuestra vida y la pureza de nuestro corazón. Merced a ellas, una mirada pura basta para ver a Dios o, por lo menos, mantenerse junto a él»

de Casiano en «El monacato primitivo».

Aquí abajo la lista de reproducción con lo grabado hasta ahora de «El monacato primitivo»